Algunos recuerdos de la U

Aún te recuerdo, como el primer día cuando te vi en la U, esas cosas tan bonitas y locas que había hecho, cuando, luego de mis horas de escuchar a los maestros, podía salir para observarte. Desde el tercer piso: la pileta, ahí donde te quedabas para esperar a tus compañeros.

Aún recuerdo, tus lecturas, aquellas que realizabas en la biblioteca, cuando, luego de abandonar la pileta y esa verma donde solías sentarte bajo aquel árbol, aquel que aún permanece en el mismo sitio y que habías elegido para poder conversar con Henry, Saul, Oscar y Boris, tus amigos.

Sé que podrás hacerlo con Boris y Oscar, pero ya no con Saul y Henry, quienes, luego de haber sacado su título y empezar en el trabajo de la comunicación social, se fueron, sin ninguna despedida y así de manera tan repentina.

Sé que no podré olvidarlos, al igual que a ti, ya que por ser tus amigos, también fueron los míos, por ellos te conocía: que comías y qué hacías en tus tiempo libres.

Con los dos tuve unas charlas, con Henry, bajo el árbol. Aún mantengo mi llavero, ése que me regaló como una muestra de cariño, eso me dijo en ese momento. Aquel chico tan guapo, que conocía mis dotes de actriz, cuando hacíamos los informes televisivos, y éste veía una gran artista en mi.

Con Saul conversé toda una tarde, cuando la profesora había suspendido las clases de ética, justo el día de mi santo, cuando ambos estábamos encerrados en la u y la gente trataba de ingresar. Aprovechamos la tarde sombría, para hablar de proyectos, de cosas, de planes, me aconsejó muchas cosillas, que las tomo en cuenta.

El sábado tomé por ellos, por Nely o como le gustaba que le dijeran: Yoeli. Ése día agarré un par de vasos de vino y brindé, ya que jamás lo hice con ellos, ni con mi amiga Nely, que sin pensar que se iba al otro mundo, fui a despedirla, como si presagiaba su partida.

Recuerdo que la última vez que la vi con vida, le ofrecí un par de cervezas, y le pregunté que cuando se casaba con Humberto, aquel chico tan guapo, al que se le notaba tan enamorado de ella.
De ella, ella quien era testigo de mis delirios y de mis poemas, de mi libro, de aquel que fue la primera que se enteró porque escribió con sus 101 páginas, copiadas de mi borrador.
Ese mi hijo, mi libro, aquel que se llamaba: ¡Pero ya! 27 bigotes para Mar del Cielo, aquel que se lo dediqué a mis padres y a Eliseo, así como le decía yo, a mi amado, aquel ángel caído del cielo, aunque no era por exagerar.

Ahora ellos, que fueron testigos de mis desvaríos, de mis ilusiones, de mis confesiones, ya no están. Fiel e ello, aún te recuerdo.

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