ENTRE LAS CRUCES Y EL SHOPPING EN LA FERIA DE LOS DESEOS


A diferencia de los años anteriores, esta vez fui bien acompañada. Ascendimos al cerro Santa Cruz, luego de mis caídas en un cerrito de Huancané, localidad a la que acudí antes del medio día, para ser parte de la fiesta de la cruces.

Con Jesús, como así se llama mi salvador, nos despertamos antes de las cinco de la mañana y, aunque hacía tanto frío nos enrumbamos hacia el cerro, en el que una vez nos juramos amor eterno.

Ambos peregrinos juntamos nuestras manos y él me ayudó a subir raudamente. Aún el sol no brillaba y en la cima, los comerciantes entre niños, jóvenes, adultos y ancianos, acomodaban su mercadería sobre plásticos azules, que fue colocada sobre la tierra.

Otros expendían desayunos hechos a base de cordero y cabeza, que costaba cuatro soles el plato. Un señor bien ataviado de color blanco, con ayuda de esposa, vendía chocolate con dos panes a un sol cincuenta.

En la primera cruz, los yatiris –curanderos o hechiceros- tenían una semblante feliz, porque durante todo el día cobrarían buenas sumas, por c”hallar las propiedades que serían adquiridas en la feria.

Jesús buscó velas para prenderlas en la primera cruz, aún el astro rey iluminaba sus rayos amarillentos. Las compró y luego las prendió en la primera cruz, a donde llegaron los alferados y empezaron con la misa. Ya eran las seis de la mañana.

Luego recorrimos por los alrededores, por donde en unas horas más, la gente caminaría en busca de sus deseos. A solo pocos metros de la antena de Panamericana, un contenedor impedía el normal recorrido. A sus alrededores estaba lleno de basura quemada. La gente seguía acomodando su mercadería. El personal de serenazgo estaba estacionado al frente del parque del Ekeko.

Bajamos, llamamos a los medios para que llamen a los funcionarios, porque así no se podía promocionar el turismo en Juliaca. Pensé que nos harían caso, pero fue en vano.

A la llamada de mi madre, quien llego de Arequipa junto a mi hermano, descendimos del Santa Cruz. Cogimos un triciclo el que nos llevó a nuestro destino.
Pasada una hora, nos enrumbamos hacia Huancané en una camioneta rural tipo “combi”, que corrió a 80 kilómetros por hora y en una hora más o menos llegamos a la ciudad chiriguana.

Antes de ser partícipes de la fiesta, tomamos el servicio de otra combi que nos llevó a nuestro destino. En el camino cogimos muña y eucaliptos. Cosechamos haba, unos tres kilos y luego posamos para las fotos.

Mamá contuvo sus lágrimas. Todo le hacía recordar a su infancia, su adolescencia. Le dije que me hubiera gustado estar en su lugar. En su casa tenía un manantial, de donde consumía agua, algo que se asemejaba a una piscina. Un ambiente con olor a muña y eucalipto, y más aún que se ubicaba a unos pasos del Titicaca.

Regresamos y fuimos parte de la fiesta. Los nuevos alferados salían con su gallardete. Todos en compañía de sus conocidos. En las veredas de la plaza de armas, personas vestidas con trajes típicos esperaban el pase de las cruces, que salían del templo Santiago Apóstol.

La fiesta de las cruces en Huancané, no solo se vive el reencuentro con Dios, muchos vienen de Lima, Tacna, Arequipa y otras ciudades a las que migraron por mejoras para el recuentro con el medio ambiente, con los familiares. Muchos les dicen a sus hijos que se creen patuquitos, que son de allí, que su sangre es andina y que no deben sentir vergüenza alguna.

Luego de comer el chicharrón que no estaba tan agradable como lo cocina un señor que no salió ayer. Regresamos a Juliaca.

Dos horas después, junto a Jesús fuimos de compras. Ascendimos nuevamente al Santa Cruz y compramos unas cosillas en la ferias de las alasitas, que en aymara significa cómprame.
Adquirimos el capital, luego el terreno, las cosas que deseamos. Debieron ser unos estudiantes de derechos, los que hacían de notarios, de seguro que también que anhelan ocupar éste cargo y practicaban en la feria de las ilusiones.

Luego de comprar cuatro cervezas cusqueñas, llamamos al yatiri, quien hizo la challa y dijo que habíamos pensado estaba bien: “está bien lo que han pensado”.
Cuando abrió la primera botella, dijo que todo nos iría bien, porque la chapa cayó abierta. Me alegré al igual que él.

La luna alumbró nuestro lote, que estaba llena de plantas, flores, serpentina. Jesús dijo que nuestros hijos vivirían en un ambiente así. A él le gusta mucho las plantas. Tiene más de cien maceteros en toda su casa, que le dan un aroma agradable a su vivienda.

Tomamos las tres botellas restantes los dos. Nos habíamos arriesgado a comprar esta marca de bebida, porque casi todas son “made un Juliaca”. La cerveza estaba dulce, no era las bambas.
Bajamos, Yeni, una amiga a la que apreciamos ambos, no incentivó a comprar una camioneta. Dijo que tenía buena mano. Luego bajamos y comimos arroz chaufa, en un lugarcito que ambos elegimos hace mucho tiempo.

Nos fuimos, llegamos al cuarto, saludamos a mamá, tapamos las plantas por la helada para luego dormir, luego de la jornada

Comentarios

Entradas populares de este blog

Erick El Rompe Corazones

Los Puntos del Amor conquistando corazones

Puno: Algunas señales y señaleros en el mundo andino