Juerga con reflexiones


Por: Yop
Cuando subí al statión wagon color blanco a la que me invitó una amiga de hace años, aún no había imaginado que esa tarde podría conocer muchas experiencias que de seguro marcará mi vida.

Era una tarde normal, al menos eso pensaba cuando aborde el auto. Recuerdo que era fin de semana y podía beber un poco de copas de alcohol para el relax. En fin, ya era viernes y no podría privarme de un par de cervecitas.

Mi olfato no me falló, el auto, que en un primer momento aparentaba tranquilo, de seguro ya había sido testigo de juergas, a esas que califican de malditas.

De repente recorrió cantinas y bares en busca de un cuaderno, pues una de las amigas de Brenda, había dejado su libreta en alguna parranda de universitarios.
Al encontrar su pertenencia, la chica de los ojos dormilones, subió y dijo que podía invitarnos una par de chelas. El sol aún no se había ocultado, como queriendo empujarnos al vicio del kilo. No rechacé la propuesta, pues de seguro Brenda podría enojarse, eso me lo creí, como queriendo justificar el inicio de la farra.

Antes de empezar buscamos el local. Era gracioso subir y bajar, no encontrando un lugar cómodo y, entonces a ellos decidieron ir a un bar que se instala a pocos metros del cuarto donde vivo. No dije nada. Callé y dejé que el carro se dirija a mi aposento.

Al llegar, les confesé que a ese bar no podía entrar, era por algo así de dignidad. Pues no podía embriagarme en la vivienda de un vecino, por respeto a la gente que me conoció de chibola y no quería manchar la imagen santa que hasta la fecha me he ganado con mis amigos y vecinos de infancia.

Aproveché para bajar del auto y dejar mis pertenencias y abrigarme un poco. Al retornar, ellas que ya se conocían muchísimos lugares de juergas, sugirieron un lugar y, al llegar al punto, optaron por otra zona.

Estaba tranquila, hasta que en un momento una de ellas dijo algo que no me sorprendió para nada. Vamos al cementerio apuntó. Pensé que alguna de los del grupo, podría vivir por esa zona y le era más fácil llegar a su casa, y no me negué.

El carro ya se había alejado mucho de la urbe y me daba un poco de miedo, pero como siempre prevenida ya había dejado anotado en mi agenda con quién salía, así que no podía pasarme nada.

Fue al frente del cementerio Escuri donde el auto frenó y se acomodó delante de una tiendecita. Ambos, el chofer y la chica de los ojos dormilones, sacaron dinero y compraron dos kilos de cerveza y una gaseosa de dos litros. (Entiéndase por kilo a tres cervezas)
Me sorprendí, pero igual no dije nada. Pensé que ambos querrían recordar traiciones, engaños, desventuras y todas esas cosas que suelen suceder. Y así comenzó la juerga con mis antes desconocidos amigos.

A mi, aún no me había afectado el frío y el alcohol, a ella si, sólo con un par de vueltas ya estaba derramando lágrimas y ante mi ojos, ella parecía delirar, eso suponía.

Cuando bajó, aproveché para preguntar, como siempre lo hago y, me asombre aún más ya que ella, que aún tiene sus 21 años, tomaba por su flaco, su ex quien desde un buen tiempo falleció a consecuencia de algo y descansaba en sueño eterno allí, a tan solo pocos metros. Me quedé pasmada.

Esa niña, como luego le dije, pretendía ingresar al campo santo y entregarse una vez más a él, que un día partió y la dejó con planes, con sueños, con tantas cosas que ella aún no puede olvidar. La vi llorar, me contagió, no sabía que hacer. Me callé.

Así que me quedé para acompañarla y conocer más de su personalidad. Luego no enrumbamos por una avenida bien conocida, donde compramos otros kilos de lúpulos. tomamos y tomamos y aprovechamos para conocernos.

El conductor de la unidad eras tan guapo que de pronto se hizo mi pata. Era tan gracioso y divertido que parecía que no faltaba nadie. Todos mis amigos estaban allí. Eso parecía.

Cuando ella ya estaba adormitada y yo con mis caramelos en la boca, intentamos dejarla en su casa, pero despertó en medio camino y, no se concretó nuestro propósito. ç

Nos llevó a su cuarto y allí nuevamente cayó en llanto, me dio mucha pena. La entendía, aunque yo no había pasado la misma situación. La aconsejé. En un primer momento me dijo que ya no quería seguir en pie, quería matarse de alguna manera. No podía vivir sin él.

Le dije que era algo muy feo lo que decía o, en todo caso debió de hacerlo el día en el que su flaco se había muerto. No respondió nada.

Desde esa vez no la veo, pero a ellos los invité a una fiesta del próximo año. Espero que ella y el conductor asistan a la reunión. No me gustaría visitarla en un cementerio.

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